En medio de la vasta oscuridad, una figura comenzó a tomar forma. A lo lejos, en el horizonte borroso, apareció una estructura, flotante y desconcertante. Era una casa, pero no como las que conocía, una casa suspendida en el vacío, flotando sin razón aparente. Las sombras a su alrededor parecían retirarse, cediendo espacio a una luz tenue que emanaba desde la misma casa, como un faro en la oscuridad. A pesar de la incredulidad que lo invadía, algo dentro de él lo impulsaba a acercarse.
Dio un paso tras otro, su caminar guiado por una mezcla de curiosidad y un inexplicable deseo de encontrar algo, tal vez respuestas. Mientras se acercaba, los contornos de la casa se volvían más nítidos, pero su presencia no dejaba de ser inquietante. Parecía que algo lo llamaba desde el interior, una voz silenciosa, un eco lejano de su propia mente.
Finalmente, llegó hasta la puerta. El marco, aunque sólido, se desvanecía parcialmente hacia las sombras, como si nunca hubiera estado completamente allí. Miró atrás, pero no había nada más que el vacío. Sin pensarlo, empujó la puerta. Esta se abrió sin resistencia, como si le estuviera esperando.
Al entrar, la atmósfera dentro de la casa era espesa, llena de recuerdos que no lograba identificar. El aire estaba impregnado de una quietud que lo rodeaba con una intensidad casi tangible. Las paredes, cubiertas de polvo, parecían antiguos testigos de un tiempo ya olvidado. La luz que entraba por las ventanas no era natural; era difusa, como si el sol hubiera olvidado su brillo.
Al caminar por el pasillo, notó que todo parecía familiar, y sin embargo, nada lo era. Las habitaciones que se abrían ante él no eran normales; eran lugares distorsionados, como si su mente intentara reconstruir algo que había perdido. En una de las habitaciones, un espejo reflejaba su figura, pero no la reconoció. El hombre que miraba desde el cristal tenía un rostro borroso, como si la memoria lo hubiera desdibujado intencionalmente. Intentó acercarse, pero la imagen se distorsionó aún más, desvaneciéndose en una niebla que no podía tocar.
En una mesa, había una fotografía. La tomó con cuidado, pero al observarla, sintió una extraña desconexión. Las personas en la foto le eran vagamente familiares, pero sus rostros eran sombras, como si el tiempo hubiera arrancado las memorias que alguna vez las acompañaron. No podía recordar sus nombres, ni siquiera sus voces, pero algo en su interior le decía que habían sido importantes en su vida. Sin embargo, la memoria era incierta, un reflejo distorsionado de lo que había sido.
Al moverse por la casa, cada habitación parecía mostrarle fragmentos de su pasado, pero con detalles erróneos. Un reloj, cuya hora siempre se detenía antes de llegar a la medianoche; un libro cuyas páginas nunca se pasaban completamente, como si se desvanecieran antes de que pudiera leerlas. Todo parecía estar a medio formar, como si sus recuerdos se desmoronaran y reconstruyeran, una y otra vez, en formas incompletas.
Y entonces, al llegar a la última habitación, se encontró frente a una silla vacía. No había nadie allí, pero la silla estaba colocada como si hubiera sido ocupada recientemente. La quietud del lugar lo envolvía mientras se acercaba a la ventana, que no ofrecía vista alguna más allá de las sombras infinitas.
En ese momento, la voz surgió, suave pero clara, desde lo más profundo de su mente:
—Lo que buscas no está aquí. Solo verás lo que estás preparado para ver.
Las sombras en la habitación empezaron a moverse, organizándose en formas incompletas, reflejos rotos de su propio ser. Comprendió, entonces, que los recuerdos que había encontrado en la casa no eran más que ecos distorsionados de su pasado. La memoria no le mostraba la verdad, sino lo que su mente, en su estado actual, podía procesar. Cada fragmento era una pieza del rompecabezas de su vida, pero nunca encajaba completamente.
Con un suspiro profundo, se sentó en la silla vacía. Miró las sombras a su alrededor, que se deslizaban lentamente, y comprendió que, tal vez, nunca encontraría todas las respuestas. La casa, como su memoria, era un reflejo incierto de lo que había sido, y tal vez lo único que quedaba por hacer era aceptar que algunas respuestas permanecerían en la oscuridad.